Resumen:
El desarrollo y la utilización de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) representan un reto a la ética, de la misma forma que lo fue cualquier avance tecnológico en cualquier otra época. Nadie duda de que la revolución industrial fuera una etapa necesaria de progreso y que, con todo mérito, forme parte de los cimientos que fundamentan nuestra sociedad. Sin embargo, como ejemplo de esa experiencia histórica, la sociedad victoriana retratada por Charles Dickens refleja unas prácticas terriblemente injustas que no dudaríamos en denunciar como carentes de toda ética. Entonces, ¿existe alguna maldad en el progreso? Evidentemente, no. En nuestra época las TIC son las que representan el progreso, estando presentes en todo cuanto nos rodea, lo impregnan prácticamente todo, interviniendo o en su producción o en su funcionamiento. Las ONG desplazadas en África se valen de las TIC para el desarrollo de su actividad en favor de la ayuda humanitaria, pero también las utilizan los traficantes de armas (aunque con un balance de recursos distinto). La tecnología nunca ha tenido un valor moral en sí misma, es su uso el que le da un carácter perverso, virtuoso o, cuando menos, éticamente pertinente.